viernes, 28 de septiembre de 2012

Pierre Dubois: de esa iglesia, la buena.






Los reyes magos siguieron la estrella hacia Belén para llegar al Cristo pobre, hijo de pesebre. Pierre Dubois se vino de Francia, sin mirra ni incienso a buscar al Cristo que sufre a la Población La Victoria, tierra victoriosa de los pobres sin casa que se organizaron para dar forma a la primera toma más importante de pobladores de América Latina, aquí, en las tierras que ahora llevan el nombre del Presidente Maestro, ese que decía que gobernar era educar: Pedro Aguirre Cerda.

La pobreza es dura, pero más dura lo es cuando el gobernador de la comarca lo hace con sable y bala, cuando usurpa a los hijos, a los padres y a las mujeres que no le siguen el amén ,y los lleva a la sombra de la reja injusta, a la parrilla, al destino incierto, al destierro obligado y condena a las familias dolientes y al Pueblo todo, al silencio administrativo, a la pregunta sin respuesta, a la humillación de hacer sentir que hay vidas que no valen, que no importan, que son obstáculo para su plan de espanto.

Así, el Cristo moría, era encarcelado, exiliado y desaparecía, como las palabras que se lleva el viento y la Iglesia de dios lo sabía. Como no habría de saberlo, si los creyentes, y los no tanto, recurrían a ella inventando la fe si era necesario, para poder defender la vida, por la vida, aunque costara la vida.

Pero sépase que hay “cristos” y “Cristos” y la embajadora de dios en la tierra no siempre corrió a Belén a salvar a Jesús oprimido y vulnerado. A pesar de aquello, Pierre llegó a Belén con André, quien fue acribillado por una bala de Pilato, puesta en las armas de gobernador de la comarca, que atravesó las paredes de su casa para llevarlo a los brazos del padre celestial, como mueren los que no tienen nada que perder.

Es que al señor de la oscuridad poco y nada le gustaba el cura rojo, el que comía en la olla común, el que no solo se dedicaba al mantra hipnótico del rosario mariano. Le gustaba más el curita de mejillas rosadas, de anillo grande, ciego en la blancura de sus ojos poseídos por el amor al dios de los cielos, que no era necesariamente el dios de la tierra, al menos no de esta tierra. “¿Qué es esa tontera de hablar de justicia, de hermandad, de que todos somos iguales?” cualquiera lo sabe hace rato: solo los iguales son iguales.


Pero Cristo, el pobre, es orejero de algunos que llevan sotana, como André, como Gerardo, como Mariano, como Pierre y obstinados buscan sus belenes y combaten a los Pilatos que a veces mal gobiernan o a los Pilatos que atontan con la droga a sus propios hermanos.

Pierre, tú que ahora estás en los cielos, sigue abriendo los ojos de los ciegos y las orejas de los sordos con se alcoholizan con encuestas autocomplacientes que los hacen sentir que “todo está bien”, que le ganaron la batalla a la pobreza, cuando nunca en su vida han sabido, ni van a saber realmente, lo que es ser pobre, porque no es a su hijo al que le meten pasta desde los doce años, porque sus hijos no van a nuestras escuelas, porque no se atienden en nuestro hospitales, porque no usan nuestras micros.

Pierre, tú nos enseñaste a los ateos que podía existir un dios bueno y en ese es que mucho creímos al verte a ti, al ver a André o al ver al Gerardo en La Legua, porque cuando uno los escucha hablar y los ve trabajar, recupera la esperanza de que algo puede quedar de esa iglesia, de la Iglesia buena.