sábado, 11 de octubre de 2008

Londres 38: cuando las paredes hablan


Ella camina hacia la dirección y no puede evitar recordar,
como una enfermedad incurable, como el precio alto y caro de haber sobrevivido,
como si no fuera mucho dolor haber sufrido en algún presente,
como si arrastrar la pena no fuera aun más castigo,
por una falta no cometida,
por un error no catalogado en la lógica de los hombres rectos.

Qué ganas de que caminara de prisa por la calle enroscada,
como el señor con corbata que va delante de ella
hablando por teléfono cancelando la cita al doctor.

Qué ganas de pensar que solo es una calle,
qué ganas de cancelar el dolor
como se cancelan las horas al doctor
cuando no podemos llegar.

Qué ganas de no haber llegado,
de no haber concurrido,
de no haber caminado nunca antes por esta calle,
que ganas de no conocerla.

Ojalá 38 fuera solo el número que sigue al 37,
ojalá Londres solo fuera la capital de Inglaterra.

Ojalá existiera en algún libro de algún viejo anaquel,
un par de palabras que le dieran alivio,
ojalá las conociera,
ojalá hicieran efecto.

Ojalá las paredes hablaran de niños que nacieron felices
en un país libre y amoroso,
ojalá hubiese sido una sala de partos que los trajera a la vida.

Qué ganas de que ella no sienta vacío,
qué ganas de que su nombre fuera anónimo,
qué ganas de no haberla reconocido nunca en el noticiero de las nueve,
qué ganas de que el verbo "sobrevivir" no sea importante, porque lo natural es vivir.

Ella conjuga los verbos en pasado y el solo conjuro activa la memoria;
un hilo de luz estalla en el registro de los momentos
y ella, la de ayer, se transforma también en ella, la de hoy.

Como si no supiera de tiempos en líneas rectas,
camina hacia atrás y hacia adelante como en un espiral.

En ese espiral no camina sola, muchos caminamos con ella.
A eso le llamamos "no olvidar".

Quien no olvida, camina hacia el futuro con el pasado pegado en la espalda,
duerme sobre él en las noches.

Cuando se traiciona su historia y la de los suyos,
la espalda duele como un razguño,
como una molestia crónica.

Que ganas de que sepa que su dolor no le duele solo a ella,
que ganas de que eso sirviera de algo.