sábado, 1 de agosto de 2015

Esa enfermedad de mierda llamada esperanza




Esa cadena perpetua en la que se deposita la pena para que duela menos, esa anestesia del alma abatida, ese canto hipnótico, ese espejismo en el desierto.

Ese opioide legal, esa razón para no saltar al abismo, para no descalabrar la rutina, para no enceguecerse de tristeza.

Esa, la responsable de que la Lala siga adelante aun cuando sigue viendo el puesto vacío en la mesa de su casa, ese que no volvió a llenar nunca su hermano.

Esa mirada de años de la Erika por la ventana para ver si volvía.

Esa que nos ha hecho aguantar más de lo necesario, esa que con el dolor de muchos se levantó el imperio de pocos.

Esa que nos embolinó la perdiz. Esa que nos hizo creer que las cosas mejorarían con el tiempo, que la mesa sería más grande y que sería menos coja.

Esa que nos prometió alegría para todos, y que, sin embargo, hizo alegre a tan pocos.

Esa que le entregamos a otros para que la administrara, aunque nos dijeron que sería en la medida de lo posible.

Esa que se conformó con migajas para no morir de hambre, esa que nos hizo sentir razonables las renuncias, porque después podríamos avanzar.

Esa que nos hizo creer, aunque nos asaltaba la duda.

Esa que nos hace no perder la fe, aunque ya tengamos pruebas de que nuestras dudas eran fundadas.

Esa misma puta esperanza que con su manto da alivio al que recibe el sueldo miserable que nos engrupimos en creer que es justo, claro, porque no es para nosotros.

Esa que le hace volver al católico a su iglesia, porque confía en que algún día esta será buena y noble, aunque aun tenga tan pocas pruebas de ello.

Esa que hace confiar que el clero vivirá en la pobla con la
pasta base hasta el cogote, porque esa es la cuna del hijo del carpintero.

Esa, esa es la misma que hace creer que los poderosos que se llenan los bolsillos compartirán sus ganancias con su trabajadores, los políticos le darán poder a sus bases y las renuncias no afectarán a los mismos de siempre.

Es esa misma, es esa puta esperanza a la que no vamos a renunciar para seguir creyendo que de los grises cuarteles saldrá la capturada verdad para hacer florecer la justicia.

Pero sépanlo: la esperanza es una enfermedad curable y un día de estos, ese día que menos se espera, es probable que nos cansemos de esperar.