jueves, 18 de junio de 2009

La Ana y la clepia


La clepia me la regaló la Ana y ha crecido tanto que "sus hijos" han sido repartidos por todo aquel que lo ha solicitado o por quien según yo, merece ser premiado con una matita que crecerá verde y fiel en la maceta o jardín donde fuera a parar.

Las clepias son plantas de hojas carnosas y resistentes, que crecen generosas y hermosas. Son aperradas, "carne de perro", porque no requieren tanto cuidado porque están condenadas a ser bellas aun ante las inclemencias de un duro invierno o un calor aplastante. A veces el sol excesivo las daña,o hace que se pongan amarillas sus verdes hojas pero se recuperan y salen adelante, del mismo modo que lo hizo tantas veces la Ana.

La Ana era blanca y colorina, testaruda y terca porque de seguro no queda otra cuando la vida tuerce los caminos que uno ha decidido transitar. Era de esas mujeres a las que no le van con cuentos, si había que hablar, hablaba, no era de esas que se muerde la lengua para parecer una dama dócil y domesticada.

La Ana tenía las manos verdes y hizo florecer cuanta planta pasó por sus dedos, como si tuviera abono en la manos, como si tuviera un pacto con el verbo germinar.

Multiplicó ollas de comida en los tiempos difíciles y abrió su casa al aporreado, al sin casa, al primo lejano, a la vecina y sus cabros chicos.

Yo no sé como salió adelante en los peores momentos, solo una pizca de su fortaleza nos bastaría para poder enfrentar esos problemas o dolores que a veces aplastan a quienes no somos fogueados en los temas del dolor humano y que ante el mínimo evento , parece que el mundo se nos viene encima.

Yo me acuerdo de la Ana riéndose, haciendo dormir a sus nietos, sacando el mal de ojo encerrada en la pieza, componiendo huesos o hirviendo agua para tener agua limpia y fría.

También me acuerdo de la Ana cuando me dijo que no me metiera con su hijo, porque era muy chica. Yo no le hice caso y sé que con el tiempo ella descubrió que no existiría nadie más en el mundo que lo pudiera amar como lo amo yo.

Yo me acuerdo de la Ana, de sus botones, de sus revista Ecran y Ritmo, de sus sopaipillas gigantes y de sus lentejas con verdura.

La Ana se fue como vivió, resistiendo y sobreviviendo por encima del dolor y aunque se haya ido, cómo podría alguien desconocer su pasó por esta tierra.

Donde quiera que vayas cuida a nuestros hijos y a nuestras plantas, como cuando estabas con ellos.

Sabemos que siempre estarás con nosotros, fuerte y hermosa, como una clepia.