lunes, 22 de octubre de 2018

Marcala



Las terminales nerviosas hasta hace un tiempo solo reaccionaban con un roce definido, algo monótono, técnica conocida, tediosa, pero eficaz. Zuacate, de un solo zuacate el pasado le disparó una bala de amor en el cerebro y comenzó a creer que era una buena idea pensar en retomar el amor como verbo amigo. 

Mejor compañía que el verbo soportar, mantener o preservar. Come vacío de desayuno, camina de la mano de la ausencia acompañada, de esa que duele más que la amiga soledad rotunda. 

Se acuesta con él, pero entre ellos hay un espacio frío que no activa el calor del amor, solo el del letargo que mantiene vivo pero sin ganas de vivir.

Lo dejó de amar cree, a veces piensa que no, pero lo sabe.  El corazón y el racimo de venas y arterias, empezaron sin querer a activarse con  el otro cuerpo, el del pasado. Ella duda y yo lo veo tan claro, pero se sabe: quien mira nunca habrá de saber en plenitud lo que tampoco sabe la que en frente de una se sienta a contar la historia de amor con los ojos tan llenos de plenitud. Resulta imposible refutar lo que siente.

El decoro estorba tanto en este momento que se destempla, se arriesga, desgarra la imagen que ya le incomoda: la de la buena que poco ha ganado con esa virtud a estas alturas se vuelve  vana y estúpida.
Cariño entregado en vano, rayas en el agua, esperanza defraudada hasta la saciedad.

Pasión pisoteda y azotada con el control remoto y el grito innecesario y desmesurado, por la falta mínima.
Se sienta y escucha a diario el catálogo del mundo imperfecto, de las catástrofes inmerecidas que siempre interfieren en su insuficiente pulsión por suponer la felicidad como estado probable.

Escucha pero no escucha, mueve la cabeza como si tomara atención  pero no lo hace, solo escucha un zumbido y de vez en cuando una palabra o una frase, como: estoy harto, no sé hasta cuando, hijos de puta, ni cagando, intercalado con la contingencia para él muy importante, para ella nimia, absurda, sin sentido.
Las noches serían invivibles, pero cierra los ojos y se escapa al lado del otro, al lado del bueno. 

Su ausencia da lo mismo, cierra los ojos y sonríe, pronuncia su nombre en voz baja, dibuja con sus labios esa palabra, como venganza, como refugio, como esperanza, como flotador en la tormenta, como parka forrada en la lluvia. 

Invoca y se salva de morir de pena. Claro que no le basta, pero es mejor que  la vida oscura, que las palabras que conversan y construyen esa realidad tan inhabitable.
Ella se escapa y sus anhelos y recuerdos son su propia droga, la que le ayuda a levantarse el día siguiente cuando tiene que abrir los ojos ante él y hacer como si esa puta vida fuera lo único que le queda.
Cómo lo hace para amar con las montañas tan altas entre las sílabas be y so? Cómo ahuyenta la nostalgia de cuerpo, la nostalgia de roce? Cómo enhebra delirios sin enloquecer en el eco vacío? Cómo lo hace para caminar como caminan las que no tienen el corazón hecho bolsa?

Yo la escucho y la admiro en su valentía, en su salida, en sus líneas de fuga, en su arquitectura de templo paralelo. Sufrirá, cómo no saberlo, pero entró luz a su celda, un rayo delgado que ilumina su escenario penitente. Con ese foco alumbra el encuentro fugaz, deshace la estructura del presente y  dispone un espacio temporal de paréntesis, para respirar, para sacar la cabeza de abajo del agua, y le resulta de tantas formas que raspa la felicidad. Se guarda las virutas  felices y las reparte como las migajas de pan que quitan el hambre de amor los días en que la distancia le parece invivible, injusta, insostenible.

Es tan brillante y deslumbrante en la vereda del texto, de la palabra como dispositivo y ahí delante de mí la veo titubear, sin saber qué hacer,  sin estar segura de cómo debe cerrar una puerta, sin tener la llave para abrir otra.
Yo la miro y la entiendo. Parece que estuviera sentada en su misma silla. No es fácil, siento como le aprietan sus propios zapatos. Reconozco el agobio, el globo inflado de ansiedad, de no saber que cresta hacer para no dañar de más, para no herir en vano, para que pensar en sí, no implique matar de pena a nadie. 

Esa pena presunta, detiene la acción, se confunde con los cables de amor gastado que se aparecen y con desgano parecieran aun  hacer funcionar ciertos circuitos que se confunden con los de la culpa. Hay culpa sin raspado de amor añejo? Sí? No? Ni yo sé, ella tampoco. El pensamiento tan lineal y certero en la oficina, se vuelve errático, torpe, no distingue, se enreda del todo. 

Pensar  y sentir se vuelve un revoltijo que nada ayuda a tomar decisiones seguras.

En delirio poco importa, se avanza, se procura sobrevivir. Yo la miro, yo la vivo, yo aprendo.