Los reyes magos siguieron la estrella
hacia Belén para llegar al Cristo pobre, hijo de pesebre. Pierre
Dubois se vino de Francia, sin mirra ni incienso a buscar al Cristo
que sufre a la Población La Victoria, tierra victoriosa de los
pobres sin casa que se organizaron para dar forma a la primera toma
más importante de pobladores de América Latina, aquí, en las
tierras que ahora llevan el nombre del Presidente Maestro, ese que
decía que gobernar era educar: Pedro Aguirre Cerda.
La pobreza es dura, pero más dura lo
es cuando el gobernador de la comarca lo hace con sable y bala,
cuando usurpa a los hijos, a los padres y a las mujeres que no le
siguen el amén ,y los lleva a la sombra de la reja injusta, a
la parrilla, al destino incierto, al destierro obligado y condena a
las familias dolientes y al Pueblo todo, al silencio administrativo,
a la pregunta sin respuesta, a la humillación de hacer sentir que
hay vidas que no valen, que no importan, que son obstáculo para su
plan de espanto.
Así, el Cristo moría, era
encarcelado, exiliado y desaparecía, como las palabras que se lleva
el viento y la Iglesia de dios lo sabía. Como no habría de saberlo,
si los creyentes, y los no tanto, recurrían a ella inventando la fe
si era necesario, para poder defender la vida, por la vida, aunque
costara la vida.
Pero sépase que hay “cristos” y
“Cristos” y la embajadora de dios en la tierra no siempre
corrió a Belén a salvar a Jesús oprimido y vulnerado. A pesar de
aquello, Pierre llegó a Belén con André, quien fue acribillado por
una bala de Pilato, puesta en las armas de gobernador de la comarca,
que atravesó las paredes de su casa para llevarlo a los brazos del
padre celestial, como mueren los que no tienen nada que perder.
Es que al señor de la oscuridad
poco y nada le gustaba el cura rojo, el
que comía en la olla común, el que no solo se dedicaba al mantra
hipnótico del rosario mariano. Le gustaba más el curita de mejillas
rosadas, de anillo grande, ciego en la blancura de sus ojos poseídos
por el amor al dios de los cielos, que no era necesariamente el dios
de la tierra, al menos no de esta tierra. “¿Qué es esa tontera de
hablar de justicia, de hermandad, de que todos somos iguales?”
cualquiera lo sabe hace rato: solo los iguales son
iguales.
Pero
Cristo, el pobre, es orejero
de algunos que llevan sotana, como André, como Gerardo, como
Mariano, como Pierre y obstinados buscan sus belenes y
combaten a los Pilatos que a veces mal gobiernan o a los Pilatos que
atontan con la droga a sus propios hermanos.
Pierre,
tú que ahora estás en los cielos, sigue abriendo los ojos de los
ciegos y las orejas de los sordos con se alcoholizan con encuestas
autocomplacientes que los hacen sentir que “todo está bien”, que
le ganaron la batalla a la pobreza, cuando nunca en su vida han
sabido, ni van a saber realmente, lo que es ser pobre, porque no es a
su hijo al que le meten pasta desde los doce años, porque sus hijos
no van a nuestras escuelas, porque no se atienden en nuestro
hospitales, porque no usan nuestras micros.
Pierre,
tú nos enseñaste a los ateos que podía existir un dios bueno y en
ese es que mucho creímos al verte a ti, al ver a André o al ver al
Gerardo en La Legua, porque cuando uno los escucha hablar y los ve
trabajar, recupera la esperanza de que algo puede quedar de esa
iglesia, de la Iglesia buena.